Aparecen nuevas montañas 2022




Aparecen nuevas montañas

Madera de pino y abeto, tela de neopreno, gomaespuma, metacrilato cortado con láser, resina epoxi y fotografía en papel
Dimensiones variables (Instalación)
Espacio Incógnita (Murcia)
Fotografías cortesía de Espacio Incógnita.
Autora: Laura Turpín 


Tal vez jamás entendí aquello
que se requería de mí.
Simplemente percibí como mi cuerpo
se iba deformando y con el paso
de los años dejé de reconocerme
en mi propia imagen.
Me creí que era yo, ¿qué otra
cosa podía hacer? Lloré algunas
veces, pero otras me dediqué a observar
lo que habían hecho conmigo.
Nunca opuse resistencia, como si
creyera que aquello era lo normal,
como si realmente estuviera convencida
de ello; solo era un mecanismo de
defensa. Mi cuerpo se destruyó,
mi cuerpo infantil empezó a
tornarse un objeto valioso en función
de su textura, olor, color y aspecto.
Pero aquella percepción solo
era un error más: mi cuerpo siempre
había sido una valiosa mercancía
con la que jugar y a la que deformar
de las peores formas posibles.
Pude experimentar cómo aquellos
artefactos, que me presentaban como
lo mejor, modelaron lo que yo era
para transformarme en un ser
hecho a medida, pero ¿a medida de quién?
Pronto lo descubrí y también descubrí
los cuerpos de otras personas que habían sido
mutilados y perfilados hasta límites
profundamente terribles.
Nunca pertenecí a la naturaleza, ni yo
ni nadie. Nunca fue natural lo que nos
hicieron, lo que nos siguen haciendo.
Nunca fue mi elección.
Nunca.
Pero descubrí una nueva manera de
modelar que me hacía feliz por fin.
El hueco de un abrazo.
El calor de un abrazo seguro.
No solo uno, muchos, abrazos
múltiples y cambiantes, transformadores.
Me refugié en la caricia y sentí como
respirar se volvía más fácil.
Me convertí en refugio y traté de sanar
Traté de ayudar a sanar.
Jamás fue un acto individualista.
Debía ser colectivo para poder
cambiar el mundo, para poder
proteger y dar herramientas a todos
esos seres que nunca fueron parte de la Historia.

Cristina del Águila




Mi brazo es la pata de una mesa que se sostiene en el aire
Con el mantel sucio que visto
me hago un vestido para ir a tu casa,
vacía de muebles, si me invitas
puedo ser la almohada o el techo

Cojo los márgenes y me visto
Lo fluído es un sastre que juega

Me pongo mi traje de madera y soy y no fui el bosque
Pinocho que en vez de niño quiere volver a ser árbol 
Hay tanta verdad en las cosas como en su ausencia
sobretodo cuando no pesan, las cosas existen
porque son por fin todo lo que quiso el lenguaje

Soy capaz de metabolizar la catástrofe, 
pero no tus categorías

Las palabras no me sirven para nombrar esta falange
ni estas uñas que me como y se transforman en
nuevas uñas
con las que araño esta carcasa en la que me encierras

En la camisa que dejo sobre la silla, al desnudarme
queda más de mí que en algunos recuerdos
Yo no soy mis zapatos pero sin ellos no soy
Los pies desnudos no dejan huella en el asfalto



Pensar en una prótesis nos hace pensar en cuerpos fragmentados, que en algún momento de su trayectoria vital dejaron la carne, lo óseo, en algún lugar del camino. La prótesis es tecnología, que viene a superar lo humano, una carencia que nuestro cuerpo no es capaz de cumplir, y ahí está la máquina, la herramienta, servicial. La prótesis implica tecnología, pero de la misma forma que pensamos que un ordenador es tecnología y un tenedor no lo es, pensamos que la tecnología aplicada al cuerpo es un exoesqueleto o una prótesis robótica, y no un analgesico o unos zapatos de diseñador. Yo confío en la honestidad de la prótesis, y propongo, como hace Hodei Herreros en esta exposición, una sospecha de lo común, ya que aquello invisible por su omnipresencia conforma la ideología más puntiaguda. Los aparatos culturales que visten el cuerpo (la moda, el vestido) y su sentido ideológico como generador de una estructura social no pueden parecernos inocentes o entretenidos. Aquello que se coge de una percha y se paga nos convierte en su material y en un elemento estadístico dentro de un sistema con pocas opciones. 

La prótesis es la reconstrucción de una realidad concreta, dolorosamente material, a través de su imagen. Es decir: la prótesis es virtualidad. De la ausencia generamos presencia a través de la imagen. De la falta modelamos la idea de lo perdido. Cuando una persona ha perdido una parte del cuerpo, la materialidad de la prótesis es evidente. Pero, ¿qué echamos en falta cuando nos ponemos un pantalón o un vestido? ¿El pelo que nos cubría? ¿Plumas que quedaron muy atrás en la cadena evolutiva, escamas? ¿O acaso lo que echamos de menos es la sensación de abrigo que da encajar en una categoría concreta, dura, inmoldeable? El vestido, con lo que convivimos constantemente, es un mapa del poder que se desenrolla sobre nuestra piel y excede lo funcional, la supervivencia, para amaestrarnos en el sentir. 

Pienso en las personas que llevan las uñas de gel muy largas. Y pienso también en las personas que llevan un bolsito muy pequeño, agarrado con el codo, y en cómo esos accesorios coreografian sus gestos. La nueva longitud de los dedos o la necesidad de que ese bolso no caiga me inmoviliza el brazo, y el otro debe sobreactuar para compensar. El gesto viene pegado a la ropa y al accesorio, a las fronteras textiles y materiales que se ponen al cuerpo. Yo no puedo sentarme con las piernas abiertas porque enseño algo que pertenece a la sombra. Y tú no puedes sentarte con las piernas cruzadas y girar mucho las muñecas porque entonces te pareces a mí, que existo en otra categoría. El gesto es una prótesis del alma, la parte visible de una forma íntima de ser, que también se domestica bajo el látigo de lo que nos corresponde hacer. Como cultura, como raza, como género. No existe la inocencia más allá de la dermis. Y de ahí hacia abajo, es todo misterio. 

Hodei me habla de la exposición, dice muchas cosas que importan, pero una de ellas anida en mi pecho y aletea. Hodei dice, he creado los patrones de un vestido a mi medida. A su medida, la que no incluye la palabra vestido, la que se resiste a cubrir su cuerpo. Ojalá seamos capaces de hilvanar una valentía más allá de los patrones que nos dirigen y que nos visten hacia ideas con las que no nacimos. 

Mayte Gómez Molina
Xipe Tótec está encima de su piel.

Mirar un monte al que le crecen dioses y subirse el cuello alto. Cortarse las uñas frente al que no conoces, al que no le rezas.

Delante de ella, cortarse las uñas -subirse el cuello alto-.

Mirar un monte como uno busca una pestaña, incómodo. Tocarse el pelo. Pelo como un muelle con tope.

No pisarlos con tacones. No pisarlos en deportivas. Pisarlos descalza o no pisarlos.

¿Cómo comen con una boca tan pequeña?
¿Cómo comen con una boca tan inexplicable? ¿Cómo caben?

Rizar el muelle, mirarle -al dios- a los ojos, sólo si los tiene. Dejarse mirar, saberse fuera. Rizarse el muelle, mirarse la cintura.

Ver al que se cae bajo su cáscara. Mirarla a ella -al dios- y saberse una. Bailar claqué.

Xipe Tótec no puede estar bajo su piel.

Carlos Martín













“Somos volcanes. Cuando nosotras las mujeres (haciendo extensible el término mujeres a todas aquellas identidades y realidades no hegemónicas) ofrecemos nuestra experiencia como nuestra verdad, como la verdad humana, cambian todos los mapas. Aparecen nuevas montañas” (K. Le Guin, 1986)¹.

La ciencia-ficción es un género que se construye a base de disecciones del mundo. Fragmentos recogidos, almacenados, coleccionados e intervenidos para confeccionar un mundo nuevo. Los saberes que han existido y existen al margen de la Historia, cisheteropatriarcal y blanca, funcionan de alguna manera como recursos de ciencia-ficción. Microhistorias y otredades que dan lugar a que emerjan nuevas montañas. Reconfigurar el territorio. Este proyecto parte de la hipótesis radical de que no nos vestimos por lo que somos sino que somos, en parte, por cómo nos vestimos. El vestido construye un significado (y una imagen) sobre la propia anatomía que se imprime en la carne. Realiza la labor de molde, arquitectura, de un cuerpo que es ya más objeto que cuerpo. Un molde es algo que conforma, que hace. Si el cuerpo es significante, el sexo-género binario es solo un posible significado. ¿Qué ocurre cuando alteramos el significado? ¿También cambia el significante? Aparecen nuevas montañas recoge los modos de hacer de la ficción especulativa para plantear posibilidades formales que accionen mecanismos de relación no dicotómica entre significado y significante. Construirse un cuerpo a medida, un cuerpo fragmentado y queer. Las piezas que componen la exposición parten de elementos generizados que conforman indumentaria y cuerpo, subvirtiendo su significado original. Trozos de moldes que aparecen diseccionados, alterados, para crear nuevas montañas, volcanes, que cambien el mapa de nuestros cuerpos y las relaciones que entre ellos se dan.

1    Le Guin, U. K. (2018). Contar es escuchar: sobre la escritura, la lectura, la imaginación. Círculo de Tiza.