Kosmeo 2023
Fotografías cortesía de Galería Artnueve
La palabra cosmética viene del verbo griego kosmeo, que significa adornar o embellecer. A su vez kosmeo se relaciona con el término kosmos que define tanto el orden y el universo como el ornamento. Este origen etimológico compartido entre ornamento y orden resulta revelador para entender lo ornamental, la belleza, no como algo superfluo sino estructural. Una forma de establecer un ordenamiento concreto del mundo. Kosmeo es una pieza de suelo de tamaño reducido resultado de una intervención hipotética que consiste en cubrir la totalidad del suelo de un espacio siguiendo un patrón en espiga trenzada (tarima parisina). Una obra a medio camino entre el arte y el mobiliario o la arquitectura que presenta posibles rupturas con la verticalidad y la distancia asociadas a la contemplación de la obra artística. El espacio expositivo se plantea como una escena, un cosmos, que sucede al margen de lx espectadorx, obligando a estx a entrar en contacto con las obras inclinándose -e inquietándose-, desde el abandono de la verticalidad y la rectitud.
Cubro mi rostro con la mascarilla y espero quince minutos a que la arcilla endurezca, a que se haga costra. La retiro y toco mi piel. Está suave como la madera pulida. Me sorprendo de descubrir esta similitud. Quizás mi trabajo en el taller es una forma de skincare, de cuidar otras pieles que no son la mía.
En el suelo quedan los restos de arcilla donde aún pueden entreverse los huecos de mi cara. Una figuración que se desvanece. Hay algo inquietante en las mascarillas, como si trataran de descomponer la imagen facial en signo. Estandarizar el rostro hasta que no encaje con nadie. Me inclino para recogerla.
Me gusta inclinarme. Plegarme. Huir de la vertical. Pienso en otros momentos en los que el cuerpo se dobla. Probarse zapatos, rezar, lavarse la cara, comer sopa, abrazar a mi amiga Andrea. Me pregunto qué tipo de arte requiere una inclinación.
Creo que hay imágenes que nos obsesionan porque no terminamos de entenderlas. Tampoco tratamos de hacerlo. Toda comprensión implica un cierto afán de colonización. Hay imágenes, por el contrario, que nos miran en lugar de ser miradas, envolviéndonos, sin jerarquías. Lo que no entendemos se coloca fuera de nuestra altura. No podemos mirarnos a los ojos. Al no comprender una imagen se hace imposible la mirada frontal. Salen las aristas, surge lo oblicuo. Hay que inclinar el cuerpo, cuidar las imágenes sin intentar comprenderlas.
Creo que hay imágenes que no entendemos porque nos obsesionamos con ellas. Nos obsesionamos y dejamos de verlas. Quizás entonces dejan también de ser imagen y son otra cosa. Una escena en la que pueden suceder otras cosas o puede no suceder nada.
Esta pieza funciona como un significante de posibilidad y habla de cómo se produce esa escena. Y de cómo las imágenes y las formas nos cuidan y nos dan cobijo, aún sin pretenderlo.